Mientras la gente no sepa compartir ni dar un poco a quien lo necesita, de nada servirá un
reparto de la riqueza.
Mientras la gente no sepa aceptar la multiculturalidad y las peculiaridades de cada persona, de
poco servirán las leyes contra el acoso.
Mientras los padres no enseñen a sus hijos lo importante que es ir al colegio, pocas reformas
educativas podrán bajar la tasa de abandono escolar.
Mientras los jóvenes sigan aprendiendo inglés sin hablarlo ni practicarlo con algún turista,
habrá un nivel bajo.
Mientras la gente no separe la basura en casa, ni ahorre, de poco servirán las leyes a favor del
medio ambiente.
Mientras haya gente con pánico al fracaso, pocos emprendedores saldrán adelante.
Mientras haya gente que no lea, no tendrá suficiente uso bajarle el IVA a los libros.
Pero sobre todo...
Mientras haya gente que crea que con cambiar a trescientas personas en una cámara, cambiará
el país, nada cambiará jamás.
Si el Gobierno cambia y nosotros no, nada valdrá la pena.
El futuro no se decide en una papeleta cada cuatro años, sino en el día a día.
domingo, 20 de diciembre de 2015
viernes, 5 de junio de 2015
Sazonado con politiqueo, sabe peor.
¿Alguna vez habéis oído a alguien pronunciar las
palabras “Me siento orgulloso de ser español” sin que nadie le
mire con cara de pocos amigos o le recrimine? Si es así, puede que
aún haya esperanza. Sin embargo, pensemos: ¿por qué, en primer
lugar, tiene que existir tal reacción ante tal comentario? Muy
sencillo: porque hay política de por medio.
Hoy en día, uno ya no puede expresar tranquilamente qué
admira de este país, ¡y es una lástima enorme! Visualizad el
contenido de la siguiente definición:
“¿Que
cómo es España? Pues España es un país multicultural. Sobre todo
eso: multicultural. Dependiendo de a la zona a la que vayas, puedes
encontrar maravillas, curiosidades, arte y cultura que difícilmente
puedes encontrar en cualquier otro sitio. Si vas al sur, encontrarás
arte islámico de la época de Al-Andalus. Si vas al norte, verás
arte románico como en ningún otro lugar y el camino de Santiago,
así como restos de arte romano por todo el país y algún que otro
vestigio de cuando nos invadieron los godos; puede que hasta
encuentres rastros de tribus indoeuropeas como los íberos o lo
celtas en zonas del noroeste. Tenemos también dialectos, jergas
diferentes e incluso algo fuera de lo común: el vasco, es decir, el
idioma indoeuropeo más antiguo del continente y aún en uso. La
comida es maravillosa, barata y muy sana; y es que se cultiva todo en
una zona con un clima espléndido. De hecho, gracias a estos dos
factores, España es el segundo país con la mayor esperanza de vida
del mundo. Tenemos paisajes muy diversos, música con orígenes
centenarios y gente con un ánimo y un espíritu que atrae a todos
los extranjeros”.
Os sorprendería la de pocas personas que aún pueden
contestar sin titubeos algo como esto. Y es que, hoy en día, en
cuanto alguien dice “Me encanta España” o “Me siento orgulloso
de ser español”, ya empiezan a tacharte de facha, y eso es triste,
muy triste. Hoy en día apenas se puede discutir o debatir algo sin
meter política de por medio. La gente no para de juzgarse en base a
de qué pie cojea. Hay incluso personas que no se sienten españolas
por razones políticas. Esto último es incluso, en ciertos
contextos, comprensible. Uno es libre de decir que, según su DNI, es
de nacionalidad española, pero que no comparte ninguno de los puntos
de vista del modo de vida del lugar. Lo triste es, por ejemplo, decir
algo como “No soy español: soy catalán” cuando una cosa engloba
a la otra (al menos de momento, que nunca se sabe).
Hoy en día, es difícil no cargar de politiqueo
cualquier observación. Y yo lo noto cuando alguien dice “España
es un país lleno de corruptos” o “España es como el tonto de la
clase: solo es bueno en deportes y religión” o incluso “España
es un país con el mismo problema que Italia: votan a los que no
paran de robarles”. Ya ni siquiera se habla de diversidad. La gente
va con seguridad a la opción “España es esto” dependiendo de
sus opiniones y creencias. Hemos llegado a un punto en el que la
gente incluso intenta adivinar cuál es la ideología política de
alguien en función de factores casi irrelevantes como su edad y área
geográfica. ¿Qué pasa? ¿No puedo ser conservador viniendo de
Bilbao? ¿No puedo tener ideas socialistas si tengo más de sesenta
años? ¿Parezco anarquista por ir a la Universidad pública con
beca?
Si la gente mete la política en todas las
conversaciones, jamás se podrá disfrutar de un debate. Saldrán los
prejuicios, los nacionalismos, la rivalidad y el ver cómo se echan
la culpa unos a otros por la crisis. No digo que esté mal tratar el
tema y debatir, pero no tiene que ser un denominador común.
Y si ya metemos el fútbol, mejor ni hablemos.
martes, 14 de abril de 2015
Qué es lo virtual
Introducción
Comencé a informarme sobre los problemas de lo virtual, supongo que
como muchos, pensando en lo digital, en las nuevas tecnologías. De
hecho, ésta es la parte de lo virtual que más he querido tratar,
pese a dejar claro en todo momento que no es la única ni, por
supuesto, la más relevante. En este ensayo pretendo subrayar dos
cuestiones: que la virtualidad no se limita a lo digital, y que no
podemos hacer que nuestra vida actual se reduzca a lo virtual.
Tengo claro que algunas definiciones (y quizá algunos ejemplos) que
expongo pueden generar críticas. Igualmente hay cuestiones que he
dejado abiertas, o que he nombrado pero en las que no he querido
entrar; creo que necesitan un análisis separado, problemas como el
de la corporeidad de los datos (aunque he concluido mayormente mi
visión al respecto), el lugar que ocupa la narración oral (y la
relación que ocupa con el receptor), o en qué consiste aquello que
llamamos “mente”. En cualquier caso, he pretendido hacer una
explicación conceptualmente precisa, y al mismo tiempo comprensible
para el lector más lejano a algunos conceptos propios de la
filosofía.
lunes, 31 de marzo de 2014
Filosofía Japonesa I
Introducción
Este ensayo corresponde a lo que en un principio iba a ser el esquema
principal de una exposición sobre Filosofía Japonesa; al no darse
la misma, he decidido redactarlo de forma debida y publicarlo de este
modo. No obstante, se notará que sigue existiendo un cierto
esquematismo, y que algunos temas se tratan muy superficialmente:
esto se debe a que el mismo artículo/exposición pretende dar unas
nociones básicas sobre el pensamiento japonés, desde sus comienzos
hasta la época Meiji.
Gran parte del artículo está basado en otros escritos míos, que no
tenían un orden específico, y eran más bien análisis de temas
puntuales relacionados, sobre todo, con el Zen. También he recurrido
durante todo el ensayo a la Historia de la Filosofía Japonesa de
Jesús González Valles, Doctor en Teología y sacerdote dominico,
con quien mantengo una relación de amor-odio continua que quizás
haya que explicar de antemano:
Durante todo el libro, González Valles mantiene una exposición
clara, precisa, y bastante rigurosa. Sin embargo, a mi entender,
comete el error de criticar, bajo su propio criterio, a algunos
pensadores, en especial a los materialistas, dejando de lado la
rigurosidad que debiera tener una exposición histórica y
filosófica.
En cuanto a otros asuntos en los que difiero de su criterio, he
intentado exponerlos cuando han sido pertinentes, sin salirme del
guión que me había marcado de antemano.
1. Cultura Japonesa
Mezcla cultural
Cuando nos referimos a la cultura tradicional de Japón, como pueblo,
hablamos más bien de una actitud, de una predisposición a adoptar
diferentes elementos culturales y fusionarlos dentro de una sociedad
unida por una moral muy estricta; la tradición de Japón es la
formalidad.
En la sociedad japonesa no importa tanto qué culto religioso se
sigue (de hecho, casi todos tienen varios), o qué actividades se
realicen (que también son muy variadas), sino que todo se haga
correctamente, con estricta formalidad. Y en este sentido, los
japoneses siempre han sido un pueblo proclive a la novedad y a
aceptar elementos extranjeros, siempre que éstos no se opusieran a
los ya existentes o rompieran la estabilidad del país.
La formalidad de los japoneses es característica de su concepción
de la comunidad. No conciben al individuo fuera de la sociedad, sino
completamente al contrario: como parte de un contexto existente, que
lo define. Así lo explica Nakagawa Hisayasu, ejemplificándolo con
la traducción japonesa de El Sueño de D'Alembert, de
Diderot:
En francés, las personas, siendo
cada una un sujeto independiente y atomístico, evolucionan dentro de
una especie de espacio newtoniano, a saber, en un espacio absoluto y
vacío. De ahí, esa identidad abstracta de todos los sujetos, que
trasciende la situación.
En cambio, en japonés esta
identidad no puede existir por el mero hecho de que el espacio, por
así decir, no es sino la red social sutilmente jerarquizada de todas
las personas. Sin esta red, no hay japoneses. [NAKAGAWA(2006): 21-22]
Dentro de esta cohesión social
se van abriendo camino diferentes corrientes políticas y religiosas,
que conviven sin entrar en conflicto; esto se debe a que desde la
antigüedad existe en Japón un principio de “pluralidad de
valores”, que considera necesaria la diversidad religiosa, a fin de
satisfacer a individuos variados.
Al margen de las sectas, se
pueden englobar en tres: sintoísmo, budismo y confucianismo.
El sintoísmo es la religión más
antigua de Japón; está basada en mitos y leyendas, como los del
Kojiki.
Es la religión más extendida, ya que fue la oficial hasta el
período Meiji (1868).
El budismo, que llegó a Japón a
través de Corea en el siglo VI, está muy difuminado debido a sus
diferentes sectas. Sin embargo, no es del todo una religión, como
bien explica Watts: «No es una religión ni una filosofía; no es
una psicología o cierto tipo de ciencia. Es un ejemplo de lo que en
la India y en la China se conoce como un “camino de liberación”»
[WATTS(2012): 27]
En cuanto al confucianismo, se
adoptó en Japón solamente como una corriente moral y política, que
no puede ser considerada como religiosa. Diderot la definió como
semejante a la filosofía Ilustrada, mientras que las otras dos
religiones eran para él solo mitos y locuras.
[Leer más]
martes, 12 de noviembre de 2013
De mi, de cada día.
Suena el despertador. ¿Ya son las 7? Lo apago. Me levanto, no sin antes apurar el agradable calor que emana todavía de mi almohada. Camino hacia al baño, y me miro al espejo. Sí, me miro al espejo. La primera persona con quien hablo todos los días es con mi reflejo. Aclaro, es una conversación muda. Nos basta con mirarnos para saber qué piensa la otra. Nos leemos cada gesto con la boca, cada mirada taciturna. Es una relación especial, nunca he encontrado una conexión de tales dimensiones con nadie. Además de la empatía que rezuma de esa pequeña hacia mi a pesar de mi aspecto después de la batalla onírica, me sorprende el hecho de que gracias a ella cada día descubro cosas nuevas acerca de mi. Me conozco un poco más, y sin esfuerzo. Es como asomarme y observar dentro de mi (ojo, no hablo de una endoscopia, como lo entenderían los de mi gremio). Es algo profundo y que a veces, me asusta.
Hace unos meses empezaron a erigirse los cimientos de la que es ahora mi rutina diaria. No me quejo. Se parece a la vida, algo. Algo. Y ese algo es lo que atormenta todas las mañanas a mi reflejo, y que me contagia de una sensación de pánico. De repente el cuarto de baño encoge, de repente el techo y el suelo van a besarse, de repente las paredes se acercan más, y más... Y el desánimo crece, y se expande, es mi Big-Bang particular. ¿Cómo no voy a sentirme así, cuándo la veo a ella en el espejo, con esas ojeras y esa cutis blanca, casi cadavérica que no ve los rayos del sol? ¿Cómo no voy a sentir lástima de ella, que parece tan frágil, se hace tan pequeña dentro de su pijama a medida que en su agenda anota fechas, y fechas y más fechas...? No vivo tranquila viéndola así. Si casi se me pone a llorar cuando recuerda la tierna y efímera caricia del verano, o la libertad que se le salía de las costuras.
En ese momento, me siento impotente. Solo han pasado unos minutos desde que puse los pies en este mundo, el mundo real, del asfalto y el reloj, y solo quiero volver a mi cama. Lo único que se me ocurre es sonreír. Y me siento tan ridícula allí plantada, con el pelo enmarañado, los ojos aún empañados, y las mejillas coloradas, y a la vez, tan sublime, porque veo que ella ríe por mi aspecto, y lo absurdo de la situación, y que se olvida de lo duro que será el día a partir de que la abandone y traspase el marco de la puerta. Es feliz, y yo soy feliz.
Así que todas mis mañanas, después de hablar con el espejo, le plasmo una sonrisa de oreja a oreja, de esas tan grandes pero tan puras que nada puede nublarla. Así, es como me recuerdo la vida.
Hace unos meses empezaron a erigirse los cimientos de la que es ahora mi rutina diaria. No me quejo. Se parece a la vida, algo. Algo. Y ese algo es lo que atormenta todas las mañanas a mi reflejo, y que me contagia de una sensación de pánico. De repente el cuarto de baño encoge, de repente el techo y el suelo van a besarse, de repente las paredes se acercan más, y más... Y el desánimo crece, y se expande, es mi Big-Bang particular. ¿Cómo no voy a sentirme así, cuándo la veo a ella en el espejo, con esas ojeras y esa cutis blanca, casi cadavérica que no ve los rayos del sol? ¿Cómo no voy a sentir lástima de ella, que parece tan frágil, se hace tan pequeña dentro de su pijama a medida que en su agenda anota fechas, y fechas y más fechas...? No vivo tranquila viéndola así. Si casi se me pone a llorar cuando recuerda la tierna y efímera caricia del verano, o la libertad que se le salía de las costuras.
En ese momento, me siento impotente. Solo han pasado unos minutos desde que puse los pies en este mundo, el mundo real, del asfalto y el reloj, y solo quiero volver a mi cama. Lo único que se me ocurre es sonreír. Y me siento tan ridícula allí plantada, con el pelo enmarañado, los ojos aún empañados, y las mejillas coloradas, y a la vez, tan sublime, porque veo que ella ríe por mi aspecto, y lo absurdo de la situación, y que se olvida de lo duro que será el día a partir de que la abandone y traspase el marco de la puerta. Es feliz, y yo soy feliz.
Así que todas mis mañanas, después de hablar con el espejo, le plasmo una sonrisa de oreja a oreja, de esas tan grandes pero tan puras que nada puede nublarla. Así, es como me recuerdo la vida.
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