Introducción
Este ensayo corresponde a lo que en un principio iba a ser el esquema
principal de una exposición sobre Filosofía Japonesa; al no darse
la misma, he decidido redactarlo de forma debida y publicarlo de este
modo. No obstante, se notará que sigue existiendo un cierto
esquematismo, y que algunos temas se tratan muy superficialmente:
esto se debe a que el mismo artículo/exposición pretende dar unas
nociones básicas sobre el pensamiento japonés, desde sus comienzos
hasta la época Meiji.
Gran parte del artículo está basado en otros escritos míos, que no
tenían un orden específico, y eran más bien análisis de temas
puntuales relacionados, sobre todo, con el Zen. También he recurrido
durante todo el ensayo a la Historia de la Filosofía Japonesa de
Jesús González Valles, Doctor en Teología y sacerdote dominico,
con quien mantengo una relación de amor-odio continua que quizás
haya que explicar de antemano:
Durante todo el libro, González Valles mantiene una exposición
clara, precisa, y bastante rigurosa. Sin embargo, a mi entender,
comete el error de criticar, bajo su propio criterio, a algunos
pensadores, en especial a los materialistas, dejando de lado la
rigurosidad que debiera tener una exposición histórica y
filosófica.
En cuanto a otros asuntos en los que difiero de su criterio, he
intentado exponerlos cuando han sido pertinentes, sin salirme del
guión que me había marcado de antemano.
1. Cultura Japonesa
Mezcla cultural
Cuando nos referimos a la cultura tradicional de Japón, como pueblo,
hablamos más bien de una actitud, de una predisposición a adoptar
diferentes elementos culturales y fusionarlos dentro de una sociedad
unida por una moral muy estricta; la tradición de Japón es la
formalidad.
En la sociedad japonesa no importa tanto qué culto religioso se
sigue (de hecho, casi todos tienen varios), o qué actividades se
realicen (que también son muy variadas), sino que todo se haga
correctamente, con estricta formalidad. Y en este sentido, los
japoneses siempre han sido un pueblo proclive a la novedad y a
aceptar elementos extranjeros, siempre que éstos no se opusieran a
los ya existentes o rompieran la estabilidad del país.
La formalidad de los japoneses es característica de su concepción
de la comunidad. No conciben al individuo fuera de la sociedad, sino
completamente al contrario: como parte de un contexto existente, que
lo define. Así lo explica Nakagawa Hisayasu, ejemplificándolo con
la traducción japonesa de El Sueño de D'Alembert, de
Diderot:
En francés, las personas, siendo
cada una un sujeto independiente y atomístico, evolucionan dentro de
una especie de espacio newtoniano, a saber, en un espacio absoluto y
vacío. De ahí, esa identidad abstracta de todos los sujetos, que
trasciende la situación.
En cambio, en japonés esta
identidad no puede existir por el mero hecho de que el espacio, por
así decir, no es sino la red social sutilmente jerarquizada de todas
las personas. Sin esta red, no hay japoneses. [NAKAGAWA(2006): 21-22]
Dentro de esta cohesión social
se van abriendo camino diferentes corrientes políticas y religiosas,
que conviven sin entrar en conflicto; esto se debe a que desde la
antigüedad existe en Japón un principio de “pluralidad de
valores”, que considera necesaria la diversidad religiosa, a fin de
satisfacer a individuos variados.
Al margen de las sectas, se
pueden englobar en tres: sintoísmo, budismo y confucianismo.
El sintoísmo es la religión más
antigua de Japón; está basada en mitos y leyendas, como los del
Kojiki.
Es la religión más extendida, ya que fue la oficial hasta el
período Meiji (1868).
El budismo, que llegó a Japón a
través de Corea en el siglo VI, está muy difuminado debido a sus
diferentes sectas. Sin embargo, no es del todo una religión, como
bien explica Watts: «No es una religión ni una filosofía; no es
una psicología o cierto tipo de ciencia. Es un ejemplo de lo que en
la India y en la China se conoce como un “camino de liberación”»
[WATTS(2012): 27]
En cuanto al confucianismo, se
adoptó en Japón solamente como una corriente moral y política, que
no puede ser considerada como religiosa. Diderot la definió como
semejante a la filosofía Ilustrada, mientras que las otras dos
religiones eran para él solo mitos y locuras.
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