sábado, 12 de octubre de 2013

El modelo educativo: Gramática parda

     Podemos, fácilmente, salir a la calle y oír a mucha gente diciendo palabras, pronunciando frases, repitiendo discursos, sobre la educación; casi todos vienen a explicar lo mismo: que la educación es buena, y podemos afirmar que la única diferencia perceptible es qué cojones entiendan por “educación”. Porque si pensamos en, meramente, el aprendizaje de cuestiones útiles para la convivencia agradable [normativa], nos quedamos cortos por todos lados. ¡Para ir al grano! Entiendo que actualmente se defienden mayoritariamente dos modelos educativos, que se pueden resumir en: educación libre, en valores humanistas; educación elitista, piramidal, que deja en la base lo meramente normativo.
     Yo diría que ahora no domina ninguno, pero estamos en una transición clara; se ha intentado llegar al primero (libre), pero nos hemos ido acercando cada vez más al segundo (elitista), de forma que los elitistas aseguran que todo el mundo es libre de llegar hasta ellos. Ni que decir tiene que se trata de una falacia, o más bien de un juego con el término “libre”, que ya de por sí es problemático; somos libres [políticamente] para muchas cosas: escribir un artículo de protesta, ponernos un zapato de cuatro tallas menos, darle una patada a un perro, chantajear al vecino, volvernos absurdamente ricos... pero, ¿qué tiene que ver eso con que, de hecho, nos permitan o tengamos la posibilidad de hacerlo? Ya sea por impedimento normativo o contextual, ¿quién es libre para realizar determinadas acciones? Y dicho esto, vuelvo a lo anterior: ¿quién es libre para llegar a la élite? Y dicho esto, vuelvo a lo anterior: ¿es libre la educación?, o mucho más allá: ¿ha sido alguna vez libre la educación? En este sentido, yo creo que no.
     Por eso no voy a defender ninguna de estas dos concepciones de la educación: pues no se trata de algo libre, ni algo normativo, sino de algo esencial, una necesidad antropológica del ser humano. Lo que intentan definir, tanto humanistas como elitistas, son los límites y posibilidades educativas asignados a distintas personas. Eso, a mí, me parece superfluo. La educación personal es producto del contexto educativo, y, por tanto, cada uno debe defender y argumentar a favor (si es que sabe) del modelo que ha vivido; pues es ése el que le posibilita dicha argumentación, y no otro. Afirmo incluso que, aunque alguien eche en falta haber aprendido mejor ciertas cosas, incluso ese deseo hace defendible el modelo de educación que se lo ha permitido; quien es capaz de desear conocimientos ha aprendido más de lo que cree. Centrar una educación en contenidos, porque éstos se consideren buenos, es un error de todo aquel que cree tener conocimientos mínimamente útiles para cualquiera.
     La educación es algo mucho más salvaje de lo que pensamos, no se trata de algo que debamos normalizar.
There are other letters for the child to learn than those which Cadmus invented. The Spaniards have a good term to express this wild and dusky knowledge, Gramática parda, tawny grammar (H. D. Thoreau; Walking)
     En España, se usaba el término “gramática parda” para describir la inteligencia de aquellos que no tenían estudios; era un término despectivo y, sin embargo, Thoreau, en esta cita, lo recoge como algo positivo: es un aprender salvaje, propio del ser humano natural, no civilizado.
     Se podría pensar que Thoreau, según lo que he dicho antes, debería defender la educación de Harvard, que es la que recibió. Sin embargo, ésta es una educación institucionalizada, que no le proporcionó realmente más que concepciones que rechazó, en base a la educación naturalista que había recibido de joven. Además, la mayor parte de sus ideas florecieron a partir de sus paseos y charlas.
     Entender la educación como una necesidad antropológica implica desvincularla de toda normalidad y de toda ideología, y llevarla al ámbito de lo natural y contingente. De hecho, puedo afirmar que los autores que más me han influido los he encontrado por mi cuenta, y por accidente, y a partir de ellos he podido formar una serie de pensamientos de los que no partía al principio, o que no estaban completos, y que no existirían de haber seguido una educación normalizada.
     ¿Y qué hacemos, entonces, con nuestro sistema educativo? ¿Lo dejamos de lado y nos vamos a los bosques? ¿Lo quemamos? Por poner un ejemplo, el problema de la educación [en España], que tanto nos preocupa, no reside en el contenido enseñado: quien quiere enseñar un contenido, quiere enseñar una doctrina; quien quiere cambiar el contenido, quiere cambiar la doctrina. No; si queremos encontrar el problema, debemos mirar al interés que se produce en los estudiantes. Si se obliga a estudiar, a sacar más nota que el compañero, o a llegar a un 5 para tener un premio, y saber de memoria una fórmula matemática, la clasificación de los tiempos verbales, la combinación de los elementos de distintos compuestos químicos, o el nombre de todos los huesos y músculos del cuerpo humano [etc.], la respuesta del estudiante es: y esto a mí, cuando salga de aquí, ¿para qué me sirve? Y, ciertamente, tenemos que decirle: ¡para nada! Porque eso no sirve para nada; no es más que una lista de conocimientos que se consideran importantes, pero no es una educación. La educación genera educación, continuamente: centrar una pregunta de examen en la fórmula de la aceleración no prueba el nivel educativo de nadie, solo la capacidad para recordar algo que se obliga a recordar. El término “educación”, en el sentido normalizado, es un teatrillo patético; una pantomima; una farsa; una manipulación; una herejía; un remache colorido sobre otro remache más feo y descompuesto; en definitiva, es un engaño, centrado en la producción en masa de gente educada bajo el mismo principio, que trabaja de la misma manera, y que comprende e ignora las mismas cosas.
     No digo que no sirva para nada, sino que es absurdo quedarse en ello, como se pretende, a modo de educación absoluta. Lo que vengo a afirmar es que tiene más valor educativo la gramática parda que la enseñanza actual, ya sea humanista o elitista.

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