lunes, 31 de marzo de 2014

Filosofía Japonesa I

Introducción

Este ensayo corresponde a lo que en un principio iba a ser el esquema principal de una exposición sobre Filosofía Japonesa; al no darse la misma, he decidido redactarlo de forma debida y publicarlo de este modo. No obstante, se notará que sigue existiendo un cierto esquematismo, y que algunos temas se tratan muy superficialmente: esto se debe a que el mismo artículo/exposición pretende dar unas nociones básicas sobre el pensamiento japonés, desde sus comienzos hasta la época Meiji.
Gran parte del artículo está basado en otros escritos míos, que no tenían un orden específico, y eran más bien análisis de temas puntuales relacionados, sobre todo, con el Zen. También he recurrido durante todo el ensayo a la Historia de la Filosofía Japonesa de Jesús González Valles, Doctor en Teología y sacerdote dominico, con quien mantengo una relación de amor-odio continua que quizás haya que explicar de antemano:
Durante todo el libro, González Valles mantiene una exposición clara, precisa, y bastante rigurosa. Sin embargo, a mi entender, comete el error de criticar, bajo su propio criterio, a algunos pensadores, en especial a los materialistas, dejando de lado la rigurosidad que debiera tener una exposición histórica y filosófica.

En cuanto a otros asuntos en los que difiero de su criterio, he intentado exponerlos cuando han sido pertinentes, sin salirme del guión que me había marcado de antemano.

1. Cultura Japonesa
Mezcla cultural
Cuando nos referimos a la cultura tradicional de Japón, como pueblo, hablamos más bien de una actitud, de una predisposición a adoptar diferentes elementos culturales y fusionarlos dentro de una sociedad unida por una moral muy estricta; la tradición de Japón es la formalidad.
En la sociedad japonesa no importa tanto qué culto religioso se sigue (de hecho, casi todos tienen varios), o qué actividades se realicen (que también son muy variadas), sino que todo se haga correctamente, con estricta formalidad. Y en este sentido, los japoneses siempre han sido un pueblo proclive a la novedad y a aceptar elementos extranjeros, siempre que éstos no se opusieran a los ya existentes o rompieran la estabilidad del país.
La formalidad de los japoneses es característica de su concepción de la comunidad. No conciben al individuo fuera de la sociedad, sino completamente al contrario: como parte de un contexto existente, que lo define. Así lo explica Nakagawa Hisayasu, ejemplificándolo con la traducción japonesa de El Sueño de D'Alembert, de Diderot:
En francés, las personas, siendo cada una un sujeto independiente y atomístico, evolucionan dentro de una especie de espacio newtoniano, a saber, en un espacio absoluto y vacío. De ahí, esa identidad abstracta de todos los sujetos, que trasciende la situación.
En cambio, en japonés esta identidad no puede existir por el mero hecho de que el espacio, por así decir, no es sino la red social sutilmente jerarquizada de todas las personas. Sin esta red, no hay japoneses. [NAKAGAWA(2006): 21-22]

Dentro de esta cohesión social se van abriendo camino diferentes corrientes políticas y religiosas, que conviven sin entrar en conflicto; esto se debe a que desde la antigüedad existe en Japón un principio de “pluralidad de valores”, que considera necesaria la diversidad religiosa, a fin de satisfacer a individuos variados.
Al margen de las sectas, se pueden englobar en tres: sintoísmo, budismo y confucianismo.

El sintoísmo es la religión más antigua de Japón; está basada en mitos y leyendas, como los del Kojiki. Es la religión más extendida, ya que fue la oficial hasta el período Meiji (1868).
El budismo, que llegó a Japón a través de Corea en el siglo VI, está muy difuminado debido a sus diferentes sectas. Sin embargo, no es del todo una religión, como bien explica Watts: «No es una religión ni una filosofía; no es una psicología o cierto tipo de ciencia. Es un ejemplo de lo que en la India y en la China se conoce como un “camino de liberación”» [WATTS(2012): 27]
En cuanto al confucianismo, se adoptó en Japón solamente como una corriente moral y política, que no puede ser considerada como religiosa. Diderot la definió como semejante a la filosofía Ilustrada, mientras que las otras dos religiones eran para él solo mitos y locuras.


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